Tócame. Reverbérame con tu tacto de piel y saliva, con tus manos adustas, áridas, tiernas y sencillas, con tus dedos diestros y hábiles. Tócame con la gentileza con la que se toca un piano, con la desfachatez con la que se toca aquello que anhelamos y deseamos. Toca mi yo de cuerpo y alma, toca mi mente, toca mi carne. Tócame hasta que no quede rincón alguno inmaculado de tu tacto, virgen de tu apetito.
Cómeme. De a poquito. Con tus dedos, tus manos, tus labios, tu lengua. Cómeme como en la canción, como si fuera esta noche la última vez. Cómeme como un animal en celo en un reportaje del National Geographic, sin tregua ni misericordia, voraz y hambriento de mí, de mi forma y geometría, de mis rocas y dunas, de mi playa refugio de tus mareas intempestivas. Cómeme sediento, con la ansiedad de descubrir lo que mi cuerpo te alberga y promete, con la ilusión intacta, aún y a pesar de los años, aún y a pesar de las mochilas que acarreas, que acarreamos. Devórame y haz de mí tu última cena. Sáciate conmigo, condúceme, condúcete, condúcenos a un éxtasis irreversible sin retorno, a una carrera que la meta sea el ocaso donde regresar, con las carnes trémulas y los cuerpos exhaustos, sin más objetivo que el de gozarnos, descubrirnos, comernos y tocarnos, sin más objetivo que el de aprehendernos hasta habernos aprendido.
Apréndeme. Aprende mi piel erizada, mis silencios, mis jadeos, mis ganas de ti. Aprende qué me lleva a temblar la tierra, desbordar el agua y desatar mi fuego. Apréndeme palmo a palmo, sin prisas, con ganas, con la ingenuidad de un alumno curioso. Olvida que has aprendido antes. Mi cuerpo es tu tabla rasa donde todo empieza, dibuja en él un mapa de delirios y perversiones inconfesables y andémoslo juntos. Llevémonos a la enajenación de nuestros cuerpos cosificados.
Cosíficame. Es ahora que te lo pido. Es ahora que me gusta. No cuando ando por la calle y te crees en el derecho de tratar mi cuerpo como un bien de consumo. Ahí no toca, pero ahora sí, porque ahora te lo pido yo. Ahora te pido que me cosifiques, utilices y me trates como tu bien más preciado. Consúmeme hasta que no quede más de mí que un cuerpo agotado, despojado de toda voluntad, un saco de piel inservible y extenuado. Utilízame a tu antojo. Mi yo, hecha de materia y barro se ofrenda a ti. Te me regalo con un lazo rojo, símbolo del infinito en el pecho. Desátalo, desátame, desatémonos y sintámonos vivos, como si fuera esta noche la última vez.
Selkie