¿Qué hace que algunos recuerdos, y no otros, se nos impriman en la mente, el cuerpo y la piel? ¿Qué hace que un momento sea mágico? ¿Qué es la magia?
Me había quedado a dormir en tu casa. Cuando desperté, la primera luz del día se filtraba entre las rendijas de la persiana semiabierta y se proyectaba en la pared y en tu cuerpo desnudo, que dormía ladeado. Junto a mí. Nos habíamos acostado muy tarde la noche anterior. Una de tantas noches en las que celebrábamos la vida brindando al hedonismo. Cena compartida, un buen vino, tu mano debajo de mi falda, un mordisco en el cuello, mis uñas clavándose en tu piel.
Me quedé largo rato contemplándote, como si fueras un milagro hecho carne. Tu calma en ese sueño plácido y la luz que se dibujaba en tu cuerpo me llegaron con la misma poesía que un ocaso en un mar durmiente. Me pareció una imagen tan bella, que apenas podía apartar la mirada. No era la primera vez que me quedaba a dormir en tu casa, pero jamás se me había antojado tan dulce recrearme en el despertar, de hecho, la mayoría de veces me largaba antes de que abrieras los ojos, para ahorrarme un café incómodo. La dulzura no es la palabra que definiría la relación que tuvimos. Se me antojan otras definiciones más acuradas como pasional, placentera, visceral: hedonismo en estado puro.
Unas horas antes del despertar mi lengua se deslizaba por tu abdomen y jugaba con tu deseo acercándose lentamente hacia tu sexo, unas horas antes estaba sentada encima de tí y tu agarrabas mi cadera y la empujabas hacia tu cuerpo, unas horas antes me cogiste fuerte de la nuca y nos besamos ardientes, me diste la vuelta y separaste mis piernas. Unas horas antes mi sexo estaba tan mojado y dilatado que apenas sentí como tu miembro se deslizaba dentro, hasta que llegó la embestida y con él mi gemido. Me tapaste la boca para que no gritara y te mordí fuerte. Unas horas antes estaba fuera de mí, en ese espacio donde mi yo salvaje y primitiva coge las riendas y cabalga amazona, la misma amazona que con la primera luz del día se embelesó mirando tu cuerpo dormido.
Habíamos vivido otras mañanas, te había visto dormir otras veces y sin embargo, esa mañana en concreto es la que me sobreviene en forma de recuerdo, aún y cuando no quiero pensar en tí, aún y cuando me esfuerzo para que seas una sombra que he dejado atrás. El cuerpo tiende a afianzar los recuerdos del alma, a través de los sentidos. Yo cerraba los ojos y te respiraba, te respiraba a tí, al olor de tu piel, de tu pelo, de tus sábanas limpias; con las yemas de los dedos reseguí las líneas geométricas de la luz filtrada a través de la persiana, en la pared fría, como cuando era niña y palpaba las texturas de las fachadas mientras andaba. Tu respiración onírica hacía mover tu cuerpo, relajado, a su son y yo me sentía en un cuento de hadas, en un sueño del que no quería despertar. La euforia y la adrenalina desatada habían dejado paso a la paz y la calma. Si me preguntas qué sentí, creo que no me equivoco al afirmar que sentí felicidad.
La magia está ahí, al alcance de todos. A veces se nos presenta bajo la forma de una conversación liberadora, de un paisaje stendhaliano o de un despertar al lado de la persona que amas, pues lo que hace que un momento sea mágico no es el momento en sí, sino los ojos capaces de ver y vivir la magia en esos pequeños momentos que la vida nos brinda.
Selkie