Nuestros cuerpos desnudos, uno frente a otro, de pie, se dejan mecer por la música suave que nos acompaña y la luz tenue de las velas baila, juguetona, encima de nuestra piel. Miro dentro de tus ojos y el pecho se me ensancha con la visión de mil mundos. Te miro con la intención de atravesar la materia y ver dentro de tí, sentir tu alma hermosa que revolotea feliz de estar aquí conmigo. El bello ser que eres, despojado de piel y huesos.
Nos respiramos juntos mientras las yemas de mis dedos acarician, de forma casi imperceptible, los límites de tu cuerpo. Empiezo por tus finos cabellos y recorro las facciones de tu bello rostro, despacio. La nariz, las mejillas, los ojos, los labios, los mismos labios carnosos y apetecibles de los que no me cansaría y a los que besaría ahora mismo y encenderían la llama de mi fuego entregado a ti.
Pero respiro. Respira tu conmigo.
Mis dedos bajan sutilmente, tan sutilmente que parece que acaricien el espacio entre tu cuerpo y el mío. Una caricia dulce en el cuello hace que lo inclines como un gato ronroneando. Sigo las formas de tus músculos marcados hasta los hombros y de los hombros hacia los brazos, y de los brazos hacia tus manos, y ahí recorro uno a uno tus dedos, las venas marcadas de tus dorsos, las líneas que se dibujan en tus palmas. Entrelazas tus dedos con los míos y nos miramos cogidos de las manos. Siento nuestros corazones interconectados a través de las manos que se sostienen mutuamente y la calidez de tu ser en tus ojos.
Vuelvo a acariciar tus brazos, subiendo desde las manos hacia los hombros. Al acercarme más a tí, para llegar a la espalda, los pelos de tu pecho cosquillean el mío, sensible al tacto y tu calor se me adhiere como una segunda piel. Respiro profundo para sostener la brasa que empieza a encenderse dentro de mí.
Cierro los ojos y me concentro en el amor que quiero que percibas a través de mis manos que acarician tu torso dibujado de tatuajes. Con mimo, recorro una a una las cicatrices que los dibujos han dejado en la piel, con mimo acaricio las cicatrices que te han llegado hasta al alma.
Mis yemas bajan del torso al ombligo y de ahí bajo hacia los genitales, a los que acaricio con la misma dulzura con la que acaricio toda tu piel. Recorro las piernas y llego a los pies descalzos, que sostienen tu cuerpo hermoso en la tierra. Des de los dedos hacia los talones y me sitúo detrás de tí para subir lentamente por las piernas y por la parte interna de los muslos. Acaricio tus nalgas y subo con dedos de seda por la espalda hacia los hombros. Mi cuerpo se ha acercado al tuyo. Hundo la nariz en tu cuello y te respiro, tu pelo despeinado cosquillea mi rostro y me embriaga los sentidos estar tan cerca de tí, sentirte a través de la piel. Ladeas la cabeza cerrando los ojos y respiras conmigo. Nos respiramos exhalando juntos el calor que se genera en esta cercanía de los cuerpos.
A la altura de tus hombros, detrás tuyo, mis dedos bajan hacia los brazos, que extiendes, obligando a mi cuerpo a acercarse más a tí, para llegar a las manos. Me he acercado tanto, que toda la superficie de mi piel está en contacto con la tuya, el espacio se desvanece y la música deja de sonar. El tiempo ya no existe y solo existo en el sentir, en el tacto de tu piel, en mis poros abiertos a la calidez de tu cuerpo desnudo, a nuestras respiraciones acompasadas que sosiegan el deseo que me empujaría a fundirme contigo. Solo existo en este fuego encendido a través del placer de la carícia, a través de la conexión del alma hecha piel. Solo existo en mí y, hoy, en este regalo de espacio y tiempo, existo también contigo.
Selkie