El diamante está formado por facetas y aristas brillantes; en función de cómo esté tallado dejará pasar más luz por su interior y de ese hecho, como resultado, resplandecerá con mayor o menor intensidad.
Las relaciones son como diamantes; una compleja unión de facetas y aristas que por si solas pueden brillar, pero que solo pueden alcanzar la sublimación si sus miembros se conjugan idóneamente para pulir poco a poco sus formas y dejar traspasar toda la luz posible. Aquellas que quieren dar y recibir todo sin límites preconcebidos, son las que brillan con más intensidad. Otras, con dudas del pasado y miedos del futuro, no son más que diamantes en bruto; son un casi algo, un casi todo: un puede que hubiera sido excepcional.
Todas hemos tenido o tendremos un primer amor. Aquel con el que aprendes a amar, aquél al que le pones las máximas condiciones; un contrato verbal de amor eterno. Una relación diamante basada en el apego más genuino, el de una primera relación estable. Una relación unilateral en la que ninguno de los dos busca la aprobación en el otro, no la necesitan aún. A veces el diamante de este tipo de amor tiene pocas aristas y pierde complejidad, pierde reverberación, y poco a poco se agota su intensidad. La luz que cega a los amantes primero, después los deja solos y a oscuras, reconociendo el dolor en un exceso de expectativas y poco trabajo en pulir sus formas. La idealización pasa factura a los amantes cuando el romanticismo se esfuma y se separan para siempre.
Todas hemos tenido o tendremos un amor que nos altera los sentidos. Aquel con el que aprendes que amar es una locura, aquel al que jamás serías capaz de hacerle firmar un contrato verbal de lealtad a largo plazo. Una relación diamante que te hace salir de tu zona de confort y saltar tus emociones por los aires. Este tipo de relación diamante busca continuamente la aprobación del otro y los amantes tienen la sensación de que cruzarían desiertos solo para ver sonreír al otro. Son relaciones que llevan a los amantes a descubrir una nueva versión de si mismos, pues son capaces de multiplicar las facetas del diamante. Una relación diamante que resplandece y voltea sobre si misma a alta velocidad; mostrando todas sus facetas: de amor, irrealidad, lujuria, trascendencia y dolor. Cuantas más facetas, más hermoso es el diamante y más afiladas son sus aristas.
Todas hemos tenido o tendremos un amor maduro. Aquel con el que no importa como se ven entre amantes, pues se infunden confianza en si mismos y absoluta aceptación. Son amantes que se ven y se aman aún y sus fisuras. Una relación diamante donde la personalidad de ambos se expande y se muestra sin vergüenzas ni pretensiones. Una en la que la validación y el cuestionamiento parece un juego de niños. Son historias de confidencias a salvo y anocheceres de verdades compartidas. Los amantes adoran el diamante y se muestran dispuestos a pulir todas sus aristas. Amantes de las pequeñas y grandes cosas, inagotables y exigentes: buscadores incansables del brillo. A veces hay discordia en qué arista perfilar, en qué lugar se vería mejor; ambos quieren un diamante complejo que les aleje del aburrimiento y de la opacidad. Se ama demasiado; si se acaba, puede que nunca vuelvan a amar tanto.
Dichosos los que consigan el diamante perfecto; dichosos los valientes que quieran brillar más que nadie.
Starlight