Voy a pasarte una receta. No. Voy a ofrecerte EL MEJOR tutorial para hacer un buen cunnilingus. Vamos a suponer que ahora mismo yo encarno tu pareja sexual, la que a ti te plazca, aquella a quien tengas ganas de dar placer. Y tú te preguntarás si el orden de los factores es decisivo en esta receta, si, tal como tenías entendido, el truco de la cocción está en esa previa, ese lapso de tiempo en el que recorres centímetro a centímetro mi cuerpo entero con tu lengua, que mi piel anhela. Ese viaje en el que me transformas, cual alquimista, en un ser erógeno. Si empieza cuando besas mi cuello y me respiras, obligándome a ladear la cabeza a un lado, o bien, cuando bajas hacia mis pequeños pechos turgentes y los devoras entreteniéndote en mis pezones. Tus manos entonces van hacia mis muslos apretando con fuerza las nalgas generosas y marcas un camino con tu lengua, des del pecho hacia el roto de mi ombligo y bajas, pero en vez de lamerme el sexo, alargas mi deseo de ti mordiendo y besando el hueso de mi ingle. Toda yo me estremezco. Me miras con esa mirada pícara que te sale sin querer. Esa que me obliga a pedirte más. Estás convencida que es esta previa la que deja mi cuerpo a punto, que sin este preliminar la sangre no hincharía mis labios, el clítoris no se erguiría y el flujo no rebosaría alegría. Y es entonces cuando acercas tu lengua a mi sexo y la paseas, húmeda y caliente, por mis labios internos y externos y me empapas hasta que la saliva se confunda con mis propios fluidos. Una receta a fuego lento donde la comensal debe disfrutar tanto como la cocinera. Subes la temperatura recorriendo en círculos mi clítoris, ayudándote con los dedos para que salga del capuchón. Admito que es un golpe de maestría cuando añades la succión y alternas los ritmos in crescendo-éxtasis-pausa-vuelta a empezar. Pero, como toda receta, tiene sus trucos, y el tuyo, tal vez sea el de llevarme a esa intensidad de placer con la lengua y la succión y, justo en el momento que mi cadera se mueva en espasmos, introducir dos dedos en mi vagina, subirlos hacia el pubis, encontrar la textura rugosa de mi punto G y estimularlo con cariño mientras tus labios succionan el único órgano concebido para el placer.
O igual me va la marcha y me excita que inmovilices mis piernas y me digas: quédate quieta, mientras juegas con mi vagina a tu antojo. ¿Y si lo que me lleva al séptimo cielo sea que subas una mano hacia mi pecho y mientras tu lengua lame el clítoris, pellizques suavemente un pezón, erguido ante el contacto de tus dedos? ¿Y si me erotiza que lo pellizques más rudo? ¿Y si mi placer se incrementa al traspasar mi propio umbral del dolor? ¿Y si, en cambio, no soporto que me toques los pezones? ¿O que succiones demasiado fuerte o que entres dos dedos de manera brusca o que inmovilices mis piernas o que…? Entonces, ¿cuál es la receta mágica? Yo te había prometido la mejor de las recetas, yo te había asegurado que me llevarías al clímax y que te guiaría paso a paso en un tutorial fácil y práctico y no estoy cumpliendo tus expectativas. Te pido disculpas por ello.
Todo aquello que te has imaginado que me gustaría y me llevaría al clímax es cierto y no lo es. Puede que me guste todo o nada, porqué solo hay dos ingredientes mágicos en esta receta:
Gozar de cada bocado y escucharme en todo momento.
Escucha mis jadeos, mi cadera sacudiéndose, la humedad de mi sexo, mis tirones de pelo, mis silencios, mi cuerpo reaccionando a ti y entonces, sólo entonces, sabrás qué me gusta, cómo y con qué intensidad. Porque, como espero que ya hayas aprendido, cada cuerpo es distinto y no tienes por qué saber de antemano qué me gusta. No te lo pido ni exijo. Tu disfruta y escucha y yo te prometo que me dejaré cocinar, a fuego lento, sin prisas.
¿Vas a ser mi chef?
Selkie