Los labios que me pierden son los tuyos.
Tienen nombre, ubicación y dueño. Son los labios que me hacen soñar, volar y caer. Labios que me oxigenan cuando me quedo sin aliento intentando ser mi mejor versión, labios que me ahogan si rehúyo enfrentarme a mis temores. Labios que me hablan de mis propias inquietudes, de mis miedos y mis sueños: labios que se reconocen mutuamente.
Los labios que me pierden son sedosos cuando recorren las facciones de mi cara, son seguros cuando se escurren por mi piel; valientes y entregados cuando me miras profundo, voluptuosos e inocentes cuando te recuestas dormido en mi pómulo. A veces sonríen canallas, descarados y tersos, señores del bien y del mal; otras, los irresponsables, susurran palabras encantadas de un ángel caído. Los labios que me pierden jadean excitados y entreabiertos mientras me quieres duro bajo las sábanas, son los mismos que se pierden oliendo el perfume de mi cuello: dejando huella dulce en mis hombros rendidos. Son labios extasiados al retener mis pezones, devotos besadores de mis pechos. Son labios expeditivos que atraviesan mi torso de lado a lado, de norte a sur; marcando su mapa de ruta no descuidan ni un centímetro para mañana, ni un ápice de aroma que guardar para el recuerdo; son labios que deambulan incoherentes por mis costillas como si subieran y bajaran montañas de una tierra arenosa y lejana, patria de sus ancestros. Los labios que me pierden son ardientes y aventureros, descreídos y apenados, buscadores de mi refugio en medio de un desierto; sedientos, el agua, me ruegan mientras con tus dedos retienes mi mentón. Son labios que discurren por mi abdomen absorbiendo mi suavidad y temperatura, son labios que observan las marcas visibles e invisibles de mi piel; son los labios que culminan mis tatuajes y que balbucean emocionados al llegar victoriosos a mi sexo.
Carl Jung decía que el encuentro entre dos personas es como la química entre dos elementos: si al juntarlas se produce una fuerte reacción, ambas se transforman para siempre. Me he enamorado de tu boca, de tus labios de Monica Belluci, me dijiste la primera vez.
Hay labios que lo cambian todo.
Labios que una vez se besan con otros, ya nada vuelve a ser como antes. Saben que jamás volverán a reaccionar igual; saben que si se alejan jamás les volverán a besar así. Mis labios no se quieren alejar de los tuyos; me he enamorado de tus labios de Paul Walker, te dije la última vez. A veces algunos me los recuerdan, pero solo son imitaciones: casi esa textura, casi esa forma, casi esa suavidad, casi esa sonrisa entrerota. Pero nunca son reales como los tuyos.
Lo cambiante y volátil, líquido y acristalado, niega la existencia de lo exclusivo y, ante todo, de lo irremplazable. No puedo estar más en desacuerdo. Los labios perfectos te hacen percibir las falsificaciones. Son aquellos que en la calle buscas entre centenares, por los que cruzarías el mar tan solo para volver a rozarlos; porqué los labios que me pierden no son solo labios.
Los ojos que me pierden son azules y a veces verdes. Son de mirada profunda y de brillante enigma. Los ojos que me pierden tienen pestañas negras que se explican con la convicción de quien cree haber hallado su verdad. Son ojos que me miran y sonríen, que me calman y electrifican al mismo tiempo; son ojos salvajes que recorren mi silueta y se enredan en mi pelo; son ojos que rodean mi alma y asustados brillan con mucha intensidad.
Porqué los ojos que me pierden me miran como ningunos otros.
Starlight