No recuerdo en qué momento te convertiste en el hombre que busco entre la multitud de la calle, y al que me parece reconocer erróneamente causando un latido doble en mi corazón.
No recuerdo cuando mi instinto empezó a detectarte y a conducirme a ti en cualquier lugar en el que estuvieras. Tampoco recuerdo en qué momento decidí que tu cara formaría parte de mi familia.
Pero sí recuerdo cuando tu sonrisa empezó a echar luz en el día más gris del mundo.
***
Y así, sin saber cómo, sucedió y nos acercamos tanto que pudimos respirar nuestras pieles. Noté tu aliento en el pómulo y tú el mío en el cuello, y tu perfume se impregnó durante días en mi pelo y para siempre en mi memoria. Y al voltearme lentamente acaricié con la piel de mi cara tu barba a contrapelo, y noté como te estremecía esa caricia caliente y sin dedos, sin voluntad, pero hecha con toda la sensibilidad del deseo. Noté tocar tu abdomen, y no era yo, pero lo estaba haciendo: palpando, descubriendo, sabiéndote lindo tras las fibras. Te hablé frente a los labios como si ellos tuvieran que escucharme y su humedad me contestó despacio y sin prisa. No recuerdo a nuestros deseoso cuerpos porqué estaban uno pegado al otro con tanta facilidad que dejaron de ser importantes. Solo recuerdo la respiración de tu pecho y como mi cintura se henchía de calor corporal. Ardiente.
Mmm…
Te hice una confesión; casi lo dije hacia dentro para que no me oyeras. Me abrazaste y sonreíste admirando mi valentía. Mantuviste mi cabeza entre tus manos y la apoyaste en tu hombro acariciando mi pelo. Nos miramos y noté tu sedoso beso y como latía tu corazón. Te alejaste unos pasos para mirarme, mientras te rozabas el labio con tu pulgar, mirándome con deseo, sopesándolo todo en tan solo unos instantes; imaginando cosas que jamás sabré sobre el bien y el mal.
Mmm…. Sí….
Había algo entre las sombras; y eras tú mirándome afiladamente mientras me desabrochaba la blusa. Te acercaste sin la camiseta con la cabeza ladeada como lo haría mi gato al acercarse a una mosca atrapada en el cristal; tus ojos brillaban aun estando en la oscuridad. Me acercaste a ti por la cintura hasta que mis senos tocaron la suave piel caliente de tu pecho; y entonces noté como caía la máscara que siempre te había mostrado. Recuerdo lo bien que te quedaban los jeans; si hubiéramos podido no te los hubiera quitado, ni tú me hubieras arrugado la falda subiéndola con ansia mientras acariciabas con firmeza mis muslos. Tampoco me hubieras quitado las medias con amabilidad mientras, agachado frente mis caderas, intentabas inútilmente mirarme a los ojos. Pero esos éramos nosotros por primera vez, novatos desconocidos, alocados y con ganas de gozar por fin esta historia. Paseé mis dedos en el borde de la cintura de tus jeans, acariciando sutilmente la parte baja de tu abdomen y mientras me mordía el labio pude ver tu boca abierta sediento de más; MÁS… dijiste… QUIERO MÁS DE TI… volviste a decir… Me acariciaste los pechos como Adán debió tocar alguna vez las manzanas del árbol prohibido; me miraste un segundo y pellizcaste mis erectos pezones y jadeé. Después nos acariciamos el cuerpo y nos besamos con la maestría del profesional que quiere demostrar que sabe más que nadie; que desea que sus besos sean recordados por el otro durante toda una eternidad.
Y, me alzaste, y yo te tuve entre mis manos y entre mis piernas: siendo tan solo mío.
Mmm… Sí...mmm…
Recuerdo que lo que más me obsesionó de ti esa noche fue ver por fin tu vulnerabilidad, tu mirada de locuelo al entrar dentro de mí; tu mirada deshecha al compás del placer y tu candidez al probar mi sabor. BELLA… me dijiste con voz grave, y yo no pude evitar correrme al oírte y olerte al mismo tiempo.
Mmm…Sí…Mmm…Dios…
Me corrí, y dejé el libro de relatos eróticos apoyado en mi pecho. Y, entonces, decidí mandarte un mensaje y lo borré para que tu silencio me meciera mientras cogía el sueño oliendo tu perfume aun en mi cabello.