Noto justo tras de mí tu presencia, Adonis; plácida, pura e intensa a la vez, que envuelve todo el espacio. Mientras me susurras lo bella que me consideras, tu mirada, brillante y desconfiada, me sostiene solo en algún momento, en especial cuando yo no me siento capaz de buscar la tuya. Entonces te acercas ahuyentando mis fantasmas, sin tocarme; te mantienes a unos centímetros de mí, esperando una reacción visceral. Me acaricias la espalda rozando con las puntas de tus yemas, casi imperceptibles e inconstantes para mi piel. Noto tu calor y sé que ya no puedes aguantar más estar tan cerca de mí. Me abrazas por detrás y me besas el cuello para que note tu torso compacto; tus brazos de acero me aprietan a ti y soy tan pequeña a tu lado que puedo notar como te excita tenerme cautiva bajo tu dominación: entre tus manos. De pronto me ordenas que no te mire de esa forma; pero es mi forma, dios Adonis, y a medida que las manos se pierden por nuestros cuerpos, a medida que las caricias suben a nuestras nucas, ya no importa nada y te descubro mirándome con curiosidad en el instante de más intimidad. Y tú, Adonis, el más bello, me besas con pasión y calidez, descuidando tus sentidos, perdiendo el control, mi ingenuo Adonis. Y así empieza lo que no debería haber empezado, deseosos y sin freno, apacibles y sin prisas a ratos, disfrutando de cada momento y dispuestos a conocerlo todo de nuestros cuerpos. Te beso y me muerdes, te perfilo con mi lengua y me acaricias y agarras el cabello, jadeo, ¿jadeas… quien será el primero en quemarse, mi buen intencionado Adonis?
Envueltos en un aura de complicidad, las miradas se acompasan fijas e intensas entre sonrisas blancas de nervios y admiración. Como dos hojas de otoño volamos uno cerca del otro, Apolo, entusiasmados por el aire fresco y, a veces, enturbiados por un viento revoltoso, bailamos uno junto al otro. Y nada es casual cuando nos acercamos tanto que nos envolvemos con nuestro perfume; nada es casual cuando suspiras al mirarme. Nada lo es, Apolo, cada vez que te deshaces de placer al dejar al descubierto mi vulnerabilidad: nada es casual. Mientras me hablas sin soltarme la mirada, Apolo, dios seductor, me pierdo hipnotizada en tu boca escuchando tus palabras sensuales y audaces, y entonces rozas con descaro tu rodilla en mi muslo dejándome los labios secos y sin retórica. Me abstraigo para no distraerme, con tu piel perfecta, en medio de nuestras confesiones: formas de entender el mundo que dibujamos al aire para que el otro sepa como construiríamos un castillo de arena. Desnudamos nuestros secretos del pasado y medimos con astucia nuestras imágenes del futuro. No hablemos del presente, aventurero Apolo, porqué el presente es ahora, cuando yo te muestro una media sonrisa y tu grabas ese gesto en tu memoria. El presente es ahora cuando discutimos y, tierno Apolo, me acaricias el rostro para que no me enfade. El presente es esta caricia que provoca un temblor que recorre todo mi cuerpo. Es sentir el tacto sedoso de mi piel bajo tus dedos y bajar la mirada al suelo muerta de gusto y miedo al mismo tiempo, incapaz de mirarte de frente y pedirte que me digas lo que sientes. Y me enfado, y me ahogo y me das la mano y me abrazas. Y Apolo, sueño mío, ¿cuándo dejaremos de celarnos?
En esos instantes sé que sentís una inmensa curiosidad por mi forma de actuar, que no es ni clara ni oscura, misteriosa para vosotros, que siendo grises intentáis concebir a los demás en blancos y negros, en contrastes absolutos. Apoyo la cabeza en vuestro pectoral y os observo mientras os entretenéis conmigo, y entonces caigo en la cuenta de que mi figura está atrapada entre las sombras perfectas de Apolo y Adonis.
Starlight