Me tumbo en la arena. Noto su temperatura. Fresca en la superficie de mi piel, y con mis piernas juego a moverla y a acariciarme en ese tacto tan sedoso y provocador. Es de noche y presido, en el palco principal de una playa, el espectáculo de un cielo estrellado y una luna llena gigante; amarillenta y magnética que me estremece. Oigo la brisa ligera mover el agua del mar que termina chocando en la orilla y me dejo mecer en esa melodía viva que ensordece la música y las conversaciones lejanas.
Estoy sola con ella. Me quedo mirando embobada ese precioso satélite que me relaja e hipnotiza a la vez. Noto su poder sobre mí y como me conquista su forma de brillar y de permanecer. Su presencia me impide quitarle la vista de encima y de pronto me siento tranquila, femenina y poderosa. La perla blanca me sugiere que me deshaga de la ropa, y desnuda ante ella noto mis pezones erectos, libres y llenos de deseo. Todos mis sentidos se conectan ahora con el tacto de la arena y la brisa; el salitre y esa luz de luna erótica bañando mi piel. Estirada, agitada, empiezo a perfilar con mis propios dedos la piel de mi abdomen. Doy pequeños círculos con la punta de mi dedo, causando caricias de placer inesperados como si me los hiciera una mano extraña, y esa sensación me provoca continuar de nuevo. No puedo dejar de mirar ni un momento esa ardiente Luna. Y me contorneo; removiéndome en la arena, acariciándome contra ella, mientras no puedo parar de mirar esa luz en la oscuridad. Me toco suavemente la parte interna de los muslos. Mi sexo está mojado y jadeo al tensarme por dentro al comprobarlo. Cierro los ojos y me acuerdo de todos los hombres lobo: seductores, errantes, mutables e inconstantes que decían amar la Luna.
Abro los ojos de nuevo y veo a un hombre bello y desnudo que me mira bajo el reflejo de la Luna. Se acerca y se acuesta a mi lado sin decir nada. Su energía y su sonrisa me atraen con intensidad. Coge arena entre sus manos y la deja escapar despacio entre sus dedos gruesos a medida que cae sobre mis pechos. Después sus dedos dibujan un camino sobre mi piel hasta llegar a mi vientre y a la entrada de mi sexo. Se para y busca mi mirada. Estoy erotizada, expectante a sus movimientos. Me introduce sus dedos, despacio, muy despacio. Noto como mi interior emana agua tan solo al imaginar esos dedos entrando y saliendo. El tiempo se para y ensancha cuando él saca su mano empapada y nos miramos con deseo. Sus ojos brillantes me conducen a acariciar y explorar su cuerpo. Nos besamos. Nos cogemos del pelo. Nos comemos. De pronto está dentro de mí y un gemido nos para la respiración. Respira. Y nos movemos de nuevo. La pasión nos envuelve y la emoción nos abruma, mientras la Luna nos ilumina como si fuéramos los protagonistas del mundo. Ambos nos poseemos y la miramos de reojo de vez en cuando ruborizados por su hechizo. Ella parece insaciable delante de nuestro espectáculo: determinada a que no se acabe. Penetramos las manos en la profundidad de la arena cada vez que nuestros cuerpos quedan superados por el placer. Un placer de amantes selenitas que se cabalgan y abrazan al mismo tiempo.
Noto el placer descarrilar dentro de mi vientre y me siento llena y brillante como la Luna. Exhaustos continuamos contemplándonos a través del reflejo de una luz ardiente que nos acompaña, marcándonos con su imagen.
Él es un hombre luna y yo … soy Selene.
Starlight