Se me aparecen las letras dibujadas en el texto como una epifanía. Eres mi oasis en este mundo caótico. Es una frase tuya. Te reconozco en las letras entrelazadas que forman parte de un mundo ajeno a nosotros. Como si nos unieran las vivencias de quienes escribieron antes que nosotros, de quienes se amaron antes que nosotros. Llevamos la imprenta de los deseos de amantes precedentes, de sus anhelos hechos sangre y saliva, piel y uñas. Te llevo como amuleto en la lectura de paisajes y libros. Eterno e incombustible. Tus manos aprisionan mi voluntad, la diluyen en eternas sinfonías de lujuria y ternura. Retahílas sedientas de tu libertad que se escurre entre mis dedos temblorosos de tí, de tu ausencia que ocupa más presencia que tu corporeidad. Una lujuria que aparece cada vez que toco mi cuerpo en busca de sensaciones erotizantes que me lleven al límite de mi sentir. Una ternura que veo en tus ojos de julio despejado, y me MIRAS, atravesando mi piel, llegando a esa parte del alma que te pertenece. El tiempo y el espacio se abren ante tus caricias. Me veo fundirme en tu lengua recorriendo el cuello que anhela tu tacto. Me siento un títere de tu hacer, a vueltas despacio y tierno, a vueltas rápido, intenso y salvaje, pero siempre es contigo.
Las letras cosquillean mi imaginario en frases inconexas y sensuales. La S se insinúa sugerente, acariciando mis senos, que se irguen rígidos. La S, esa mitad de infinito que se ladea hacia ambos lados, como mi cabeza cuando besas en suaves susurros mi cuello. La letra que más me define. Yo estoy hecha de curva. Pero esto tu ya lo sabes. Curvilínea y cíclica. Mis movimientos son circulares y van y vienen, ideas que crecen o disminuyen, creencias flexibles, como el tallo tierno del bambú, como agua que redondea las rocas del río. Soy curva en materia y espíritu. Soy una letra S que se contrae y se expande, que se abre y se cierra.
Veo la Mmmmm, que viene a morir hasta mis labios húmedos y queda retenida en ellos mientras dura el momento de placer de tus manos, grandes y cocineras, aprisionando mis nalgas. La M que deja paso al gemido que nace de mis entrañas, cuando ya apenas me reconozco en la mujer que cabalga hacia su deseo y fuente de placer, cuando me desboco en agua y sal.
Siempre llega la D de tu inicial, como si fuera el director de orquesta en esta sinfonía de los sentidos primarios. El equilibrio perfecto entre recta y curva. Tu inicial empieza con una recta, la recta tenaz, con dirección y voluntad. La recta de un camino inquebrantable, de los objetivos definidos y las ideas claras. Tan claras, como tus ojos cuando me miras con la cabeza entre mis piernas. La curva en tu nombre es la curva que nos acerca y nos mece en un eterno suspirar debajo de las sábanas, o tal vez encima de ellas, o tal vez en el sofá con sus muelles metálicos clavándose en la espalda, o tal vez en el suelo de la entrada. Podría ser en la encimera de la cocina, con mis piernas abrazadas a tu cuerpo, abiertas a tí. Podría ser encima de la mesa, con las baldosas resquebrajándose ante tus embestidas de animal en celo. Podría ser en cualquier parte, pero siempre contigo.
El abecedario se queda corto, los límites del lenguaje conocido me constriñen cuando pienso en tí. Las letras deberían bailar para poderse acercar al brillo de mis ojos cuando estoy a tu lado, cuando te veo llegar con tu paso decidido y desenfadado y te desordenas el pelo, siempre enredado; cuando me fundo contigo en un abrazo y te huelo a sándalo y jabón hecho de tierra y musgo; cuando me haces reír des del estómago con una de tus ocurrencias; cuando me miras largo y profundo sin decir una palabra y me quedo desarmada y sin escapatoria; cuando me besas y se detiene el tiempo y me parece estar en casa; cuando el deseo hace hundir mis dedos en tu pelo y cierro el puño con tus cabellos enredados entre ellos pidiéndote más. Más dentro, más rápido, más intenso, más deseo, más lujuria, más tu.
Cierro el libro. Hace demasiado calor para seguir leyendo.
Selkie