Ven. Imagíname. Voy a contarte qué es lo que me da placer; lo que realmente dispara mis alarmas, mis sentidos y mi loco sentir. No es un tipo de placer común. No es directo, ni siquiera progresivo, pero la sutileza con la que se puede generar es abrupta y pasmosa. No es nada que puedas hacer de manera impostada, lo siento, pues es el placer de una danza mística; el placer de una intimidad que vibra emocionada.
Arriésgate. Si me abres tu imaginario compondré una melodía de ideas en mi cabeza y mis sentimientos revolotearán explosivos y ligeros a tu alrededor, creando un mundo de inteligentes posibilidades. Desnúdame. Desnúdame la mente, poco a poco, primero una prenda, plácidamente, después otra, con determinación; descubre lentamente ese castillo de arena, ese apetito y esa preferencia; acaríciame las dudas y bésame los miedos, marca con tu perfume las esquinas de mi laberinto; quítame todos aquellos complementos que me sobren, resbala ese tirante y contémplame desnuda, pues habrás desplazado todas mis feroces defensas.
Mírame. Si con tus ojos de arquero consigues mirarme de esa forma, provocativa y contenida, el suficiente tiempo sosteniendo mi mirada, la temperatura corporal subirá repartiéndose homogéneamente por la piel de todo mi cuerpo. Impáctame. Si me hablas de algún tema que te importe, que te mueva y te conmueva por dentro, mis labios se relamerán al descubrirte comprometido y apasionado. Si consigues hacerlo sin descentrarte, como un hombre que sabe controlar sus impulsos de pasión, tan desinteresado delante de tu objeto de deseo, y aun así continúas abriéndome tu mundo, la explosión tendrá lugar primero en mi vientre y el ardor se expandirá dulcemente hacia mis muslos.
Sedúceme. Si sonriendo me haces las preguntas correctas, si conviertes ese espacio en un intercambio de miradas sobre el mundo, si me acaricias con la tuya al hacerlo; entonces el calor se propagará como un incendio por mis mejillas y mis labios. Y, ahí, cuando en verdad no seas consciente que ya me has follado la mente, yo me enardeceré triunfante, dómina y sumisa a la vez para ti.
Escúchame. Cuando sea mi turno te hablaré y daré espacio para que tu mundo oculto, ese que aún no me has mostrado, busque y elucubre ávido de misterio y descubrimiento, serio, tras esos dos dedos que te llevas a los labios que indican un análisis exhaustivo al completo. Y jugando al arte de amar las palabras, en ese instante, en el que las escuches salir de esos labios que tu mente cotiza, tus impulsos más primarios te traicionarán por unos segundos descarrilando una mirada a través de mi ropa. Y, ahí, mis pezones se tensarán anárquicos culminando mis pechos por sentirse victoriosos y un fogonazo hará cosquillas en mis zonas más erógenas.
Si haces todo eso será porqué te erotizará considerarme una mujer interesante por dentro y por fuera. Si consigues darme todo ese placer será porqué me habrás desnudado mucho antes de quitarme la ropa.
Si simplemente eres tú, todo ser dará: desnuda-mente.
Starlight