La bola roja número 13 está frente a mí. La miras concentrado mientras haces deslizar el palo de billar entre tus nudillos y calculas la precisión de tu golpe. Te observo desde el agujero contrario y presencio como tu mirada felina se acentúa al arquear tu ceja. Sin que te des cuenta sonrío tras la copa de la que bebo, sorprendiéndome de como te demonizas con tan poco y en lo rápido que me has hecho subir la temperatura. Ignoras que acabo de decidir que esta noche serás mío.
Me paseo sensualmente frente tu campo de visión, con un vestido negro de punto ajustado, y me paro justo en el extremo donde tu palo de billar apunta. Las yemas de mis dedos caprichosos perfilan el contorno del agujero objeto de tu atención. Me muerdo el labio observándote erotizada como una auténtica voyeur; y me doy cuenta de como te has distraído conmigo más tiempo de lo debido. Mi femme fatal interior se crece y pide que tome medidas al respeto. No sé de qué manera te he mirado, pero te has distraído e incorporado sin quitarme la vista de encima. Camino hacia ti y me paro a tu lado notando como nuestros perfumes bailan sensuales a nuestro alrededor. Me miras a los ojos muy atento, buscando el rastro de aquello que te lo ha hecho percibir todo, y lanzas el palo de billar lejos de nosotros como muestra de consentimiento.
Te apoyas en el extremo de la mesa de billar mientras yo me agarro peligrosamente a tu cinturón y me lanzo veloz hacia ti: ojos frente a ojos, mis pechos presionando tus pectorales; los dos reconocemos el silencio de la calma que precede a la tormenta. Acorto la distancia de mi boca a un centímetro de la tuya y mis labios te invitan jugando a avanzar. Ya estamos saliendo del ojo del huracán y, sin poder remediarlo, subo la rodilla hasta tu cadera y soy yo la que te devoro lentamente como un comensal que apura hasta la última gota de sopa, relamiéndome de placer. Te vuelves loco y tomas el control: me tomas por la cintura y tiras de nosotros hacia atrás. Tumbados, las manos aturdidas recorren nuestros cuerpos y nuestras bocas se comen al ritmo que marcan nuestras pelvis. La ropa nos sobra en una superficie firme, afelpada, de color botella que nos pide desnudarnos sin más preámbulos. Desnudos continuamos aferrándonos uno al otro sin respirar; gemidos en diferido de una química desbordante; besándonos sin pausa; lamiéndonos sin tregua; saboreándonos sin frenos: mordiéndonos en la base del abdomen. Suspiros entrecortados. Placer entre las piernas. Gemidos suplicantes.
Me dominas apresando mis muñecas entre el tapiz y tus manos compactas; tu mirada ahora es del color del fuego y tu sonrisa ya no procede del cielo. Me entrego a ti y me dejo dominar indefensa y complacida a la vez. Gimes. Quieres marcar el ritmo, pero yo intento descompasarlo para hacerte saber que también soy fuerte. Aplicas tu peso para inmovilizarme de nuevo y no puedes evitar sonreír divertido. Y el placer crece y gimes de nuevo al no darnos ni un respiro. Aprovecho esos segundos de descontrol para cogerte del pelo y te hago caer a mi lado en esa superficie verde que se ha convertido en la lona improvisada de nuestro ring. Sabes lo que va a pasar; y te domino. Me das ese momento de poder; el de llevarte de regreso a las nubes, siendo la proveedora de placer; haciéndote parte de mi dominio. Entonces ves que noto tu vulnerabilidad y eso te incomoda. Al cabo de unos instantes vuelves a ponerte encima de mí y me sometes de nuevo; me causa placer que a tu antojo me des y me quites el poder. Y la lucha continúa. Te domino. Me dominas. Te domino. Me dominas. Y así, una y otra vez.
Al fin te dejo ganar y ya soy tuya. Gimes. Gimo. Nuestros cuerpos están calientes y exhaustos, tu respiración y tu corazón bombea fuerte. El contacto de nuestra piel es sublime y nuestros movimientos son duros y abruptos. Gemimos abrazados a nuestros cuerpos y una oleada de placer extremo nos lleva a mirarnos con urgencia. Y ahí, en ese preciso instante en el que mis uñas arañan el tapiz, vuelvo a ver la misma mirada imponente que ansiaba; esa mirada felina queriendo someter a la bola roja número 13.
Starlight